Hablar Y Escuchar

"Los hombres necesitan hablar. Su alma, henchida de preocupaciones, molestias o alegría, aspira a expresarse.

Las palabras son vehículos del alma y permiten que los hombres se comuniquen entre sí.

Los taciturnos sufren a menudo mucho por no poder decir algo. La timidez, el temor de no
ser comprendidos, la ausencia de personas dispuestas a escucharlos, los paralizan.

En efecto, pocos hombres son compañeros acogedores y tranquilizadores para sus hermanos, pues pocos se olvidan de sí mismos totalmente para escuchar a los demás.

El hombre necesita hablar, contarse cosas, que lo compadezcan, que lo alienten, que lo guíen.

Escucha a los demás, escucha sin cansarte, con interés. Algunos mueren por no haber encontrado nunca a alguien que les haya hecho el favor y brindado el amor de prestarles atención.

Si quieres ser agradable con las personas que encuentras, háblales de lo que les interese y no de lo que te interesa.

Hablar con otros es ante todo escuchar, y pocos saben escuchar, pues pocos están vacíos de sí mismos, y su yo hace ruido. "Pues sí, Señor, lo mismo me sucede a mí ...". Mientras el otro hablaba, sólo pensabas en tí mismo.

No interrumpas al otro para hablar de ti. Déjalo hablar hasta que termine. Si estás tentado de hablar de tí, ¿no es acaso porque piensas en tí? Y si piensas en tí, no te brindas por entero al otro.

Si hablas de tí, que sea en función del otro, para aclararle algo, tranquilizarlo, pero nunca para hacerte notar, para eclipsar, para desanimar, para aplastar.

Sólo es verdadero el diálogo si haces en tí un profundo silencio, un silencio religioso para acoger el otro, pues en él y por él Dios llega a tí, y sólo la Fe puede disponerte al diálogo".

Michel Quoist.